De vidas ajenas: Emmanuel Carrère y Eduard Limónov
Descubrí al escritor Emmanuel Carrère hace unos meses. Había leído buenas referencias a su obra en distintas publicaciones y finalmente me decidí a darle una oportunidad. Comencé con De vidas ajenas (2009), continué con El adversario (1999) y cerré mi particular trilogía hace unos días con Limónov (2011). Carrère parte de hechos reales para construir una gran investigación periodística. Para ello, cuando así lo cree conveniente, convierte en novela lo que cuenta, mientras relata con maestría como ha ido tejiéndose el libro a través de sus propias experiencias. Finalmente se llega a algún tipo de conclusión que suele ser difícil de rastrear y no siempre resulta complaciente. No es de extrañar si nos atenemos a las historias que encierran sus palabras.
Cómo él mismo escribe sobre De vidas ajenas, «fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿por qué no escribes nuestra historia?». Con semejante arranque es complicado no dudar, recular, pensárselo una y diez veces. Carrère consigue salir airoso, algo que tampoco sorprende si antes uno ha leído —devorado— El adversario. Comparado de forma recurrente con A sangre fría (Truman Capote, 1966), Carrère nos relata aquí la historia de Jean-Claude Romand, que el 9 de enero de 1993 mató a su familia —mujer, hijos y padres—, para luego intentar suicidarse sin llegar a conseguirlo. «La investigación», copio de la sinopsis, «reveló que no era médico, tal como pretendía y, cosa aún más difícil de creer, tampoco era otra cosa. Mentía desde los dieciocho años. A punto de verse descubierto, prefirió suprimir a aquellos cuya mirada no hubiera podido soportar. Fue condenado a cadena perpetua». No hay desperdicio en este espantoso relato, aunque sus entrevistas con Romand, sobre todo hacia el final, resultan especialmente esclarecedoras.
Hay dos películas basadas en El adversario. La primera es El empleo del tiempo (Laurent Cantet, 2001), que termina cogiendo elementos del relato original excepto lo más desgarrador —no diremos el qué, aunque ya se pueden imaginar—. Un año más tarde se presentaba en Cannes El adversario (Nicole Garcia, 2002), fiel al original a pesar de que el protagonista es rebautizado como Jean-Marc Fauré. La de Cantet os la puedo recomendar, la de Garcia aún no he tenido ocasión de verla.
De los tres libros de Carrère que se citan en este texto, tal vez sea Limónov el más complejo. No por su prosa, siempre cristalina y accesible, si no más bien por tratarse de una biografía rica en datos, aventuras, matices. Eduard Limónov es un político y escritor ruso. Nació en Dzerzhinsk en 1958, se mudó a Moscú en 1967 junto a su primera novia, Anna Moiséyevna, y en 1974 se traslada a Nueva York, en esta ocasión junto a Yelena Shchápova, con quién se había casado un año antes. Desde allí consiguió publicar su primera novela en Francia (El poeta ruso prefiere los negros grandes, 1980). Después llegarían Historia de su servidor y Diario de un fracas ado. En 1982 se muda a París con su nueva pareja, la escritora y cantante Natalia Medvédeva. Luego llegarían las colaboraciones en periódicos comunistas y nacionalistas, la fundación de su propio periódico en Rusia tras la caída de la URSS y el apoyo a los serbios de Bosnia durante la guerra de los Balcanes. En 2001 fue encarcelado acusado de terrorismo. Su pena, inicialmente de catorce años, terminó reducida a cuatro. En las distintas prisiones por las que pasó escribió libros y consiguió el reconocimiento de sus compañeros.
La biografía escrita por Carrère termina en el momento en que Eduard abandona la cárcel. Le cuesta encontrar un final adecuado para semejante historia, llena de escaramuzas por todo el mundo. En las últimas páginas asistimos a una escena en la que Limónov pregunta a Carrère el por qué de escribir un libro sobre él. «Porque tiene —o porque ha tenido—», responde, «una vida apasionante. Una vida novelesca, peligrosa, una vida que ha arrostrado el riesgo de participar en la historia». Limónov, con una risa seca, dice: «Sí, una vida de mierda». A Carrère no le convence este cierre y busca consejo en su hijo mayor, Gabriel. «En el fondo», le dice a su padre, «lo que te molesta es que le retratas como a un perdedor». Y pienso que Gabriel tiene bastante razón.
Podrán sacar sus propias conclusiones a condición de que terminen leyendo este exquisito y recomendable retrato que Carrère hace de Eduard. Un personaje que mezcla, según sus propias palabras, a Houellebecq, Cohn-Bendit y Lou Reed. Lo que viene siendo un auténtico animal del rock´n´roll.
«Alta Fidelidad», 20 agosto 2015