»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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«Limónov»

Ricardo Signes

Acabo de leer «Limónov», de Emmanuel Carrère, por recomendación de mi amigo David Montesinos, que vence mi natural desconfianza hacia los elogios hiperbólicos de la solapa, hacia las sentencias de relumbrón que se amontonan en la faja que envuelve el libro y al reclamo en la portada de los premios ganados, como medallas en la pechera del uniforme de gala de un oficial en edad provecta: parafernalia editorial que por lo común garantiza en el interior una literatura fungible, de temporada, que suele encontrar su mejor anuncio en la fórmula «la novela del año».

Pues acabo de leerla, digo, y aunque no suscribo casi nada de las frases con que Anagrama quiere adornar su libro, he disfrutado con este «Limónov», basado en un escritor, político y activista soviético, disidente a tiempo parcial, exsoviético y nostálgico, ruso de origen ucraniano, proletario, aristocrático, excesivo y ascético como un santo laico, cuya peripecia vital, narrada con brillantez y de modo fragmentario por Carrère despierta en el lector una sucesión de sentimientos que van de la incredulidad a la antipatía, y de la lástima a la admiración, hasta desembocar al final de sus páginas en un estado desconcertante de perplejidad.

Los aficionados a la cultura rusa estamos abonados al asombro desde nuestras primeras incursiones en su geografía o en el estudio de su lengua. Pero más allá de sus paisajes vastísimos, que aprendimos en «Miguel Strogoff» que se medían en verstas, y más allá también de los desafíos de su gramática, el conocimiento de la historia de la URSS, de su caída, su desmembramiento y de la aparición de la Rusia de Putin descoloca al lector no ruso al situarlo ante un panorama que rebasa la capacidad de su lógica.

¡Cuántas veces hemos oído los estudiantes de la lengua de Pushkin aquello de que solo un ruso es capaz de comprender toda la grandeza de sus poemas! Con cambiar el sustantivo «grandeza» por el de «miseria» se podría decir lo mismo del periodo histórico que desde la ascensión de Gorbachov llega hasta hoy. Y ahí Eduard Limónov es un personaje secundario, casi insignificante, pero por ese valor de sinécdoque que confieren los buenos relatos de la vida de una persona respecto a su ración de tiempo histórico, la suya, la de Limónov, nos ofrece un retablo complejo y contradictorio de aquella época, gracias a Carrère, quien se ha situado la mar de a gusto en ese terreno fronterizo entre la novela y el reportaje, o, lo que viene a ser lo mismo, entre la ficción y el documento.

En 1941 Orson Welles reconstruía en «Ciudadano Kane» la historia de un personaje a partir de una multiplicidad de los puntos de vista que conducía a la fragmentación del relato. Heredero de este modelo narrativo me parece el libro de Carrère, aunque no presente un cierre al estilo del famoso Rosebud. En él la última escena tiene tanta importancia como la primera —o como la 24, dicha así al azar—, porque la una con la otra se relaciona mediante un contraste en el que ni el orden cronológico ni el de la paginación (que con frecuencia es el mismo) son determinantes. A Carrère no le interesan tanto las respuestas como las preguntas, y más que estas el asombro que causa el planteamiento mismo de los hechos. Sus testimonios de desconcierto son numerosos, y en alguna ocasión expresa que ello le supone un paréntesis importante en su escritura. Como consecuencia de todo esto, si el modelo narrativo se aproxima al del reportaje, el estilístico es claramente el del artículo. La brevedad, la escasez de diálogos, su misma estructura —con una introducción en la que se crea rápidamente una expectativa y con un cierre brillante a menudo anticlimático— confieren a sus textos un carácter autónomo que a otro escritor menos exigente le hubiera garantizado varios años de columnas semanales en «Le Monde» o «Le Figaro» con la garantía de que el lector del diario no se hubiera aburrido, porque a pesar de que Limónov es el protagonista de casi todos, en cada uno de ellos parece que se trate de un personaje diferente. Por ejemplo, te encuentras con aquello de que desde la ventana de un apartamento en Manhattan donde trabajaba de mayordomo, Limónov tuvo en la mirilla de su escopeta al presidente de la ONU, Kurt Waldheim y a otros invitados en una fiesta de postín, y asiste durante unas líneas al dilema que experimenta entre apretar el gatillo o no, que viene a significar en él la distancia entre la popularidad y el anonimato, y ya no te queda otra que concluir que es Limónov es un gilipollas vecino de los estudiantes trastornados en vísperas de masacres en el instituto. O —sigo con los ejemplos— algunas páginas y años más tarde lo ves en lo alto de una colina en Sarajevo, junto a Radovan Karadzic, con unos soldados serbios, charlando animadamente, como unos instructores de los scouts o del Movimiento Junior en un campamento de verano en la serranía de Cuenca. Y entonces va y se levanta, se acerca adonde tienen apostada una metralleta y, con la misma emoción con que un niño empuña por primera vez una escopeta en la caseta de tiro de una feria, aprieta, ahora sí, el gatillo.

La escena resulta repugnante, por el hecho en sí y porque descubre que la connivencia que hemos visto en Limónov con otros fascistas no solo se trata de un gesto de provocación antiburguesa. Sin embargo, a pesar de la contundencia semántica de su intervención en la guerra de Yugoslavia, no sería justo orillar otras historias menos sonadas que nos ofrecen otras caras más amables y humanas del personaje: sus relaciones sentimentales, sus fracasos amorosos y literarios, su adolescencia marginal, su estancia en el psiquiátrico o su paso por diversas cárceles.

Hay que conceder a Carrère el mérito de no decantarse por ninguna de ellas, dejando al lector la responsabilidad de las conclusiones.

La periodista Anna Politkovskaya, que fue asesinada en Moscú el 7 de octubre de 2006, en el apéndice sobre políticos que cita en su «Dolorosa Rusia» dice de Eduard Limónov: «(1943). Escritor y político. Expulsado de la URSS en 1974, pasó diecisiete años en Francia y en los Estados Unidos. A su vuelta a la URSS en 1992 fundó el Partido Nacional-Bolchevique, que reclama para sí ideales tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha».

Apenas supe de su asesinato, compré su libro, inédito entonces en España —Douloureuse Russie. Journal d'une femme en colère— y lo leí como un homenaje póstumo. A menudo he vuelto a él para comprender mejor lo que pasa en Rusia. Ahora, por ejemplo, tras leer «Limónov», encuentro un subrayado mío en la página 173 referente a las declaraciones de un afiliado al partido de Limónov condenado tras una ocupación reivindicativa del Ministerio de salud y Asuntos Sociales. El texto dice así: «Nos han acusado de vandalismo con agravantes, pero es la Duma la que debería ser acusada de estos crímenes. Hace ya años que sus miembros se comportan como auténticos vándalos respecto a la sociedad. Tomemos la causa de nuestra actuación política: la monetización de las prestaciones sociales. En este caso concreto, los diputados han deteriorado profundamente las condiciones de vida de millones de personas discapacitadas, de pensionistas y de veteranos de guerra. Es una agresión contra Rusia, para la cual nuestra sociedad civil no encuentra respuesta».

Y unas líneas más abajo comenta la propia Politkovskaya: «Yo mismo me sorprendo al pensar que estaba totalmente de acuerdo con lo que decía. La única diferencia es que, en razón de mi edad, de mi educación y de mi salud, no puedo invadir ministerios y defenestrar sillones. Es preciso atajar la demonización de los natsboli —como se conoce a los miembros del partido de Limónov—: son ante todo jóvenes idealistas que constatan que los opositores históricos no acometen nada serio contra el régimen actual. Esta es la causa de su radicalización».

Encuentro muchos ecos de «Douloureuse Russie» en «Limónov», entre los cuales esta interpretación del radicalismo del Partido Nacional Bolchevique es quizás uno de los más sonoros. Si Carrère expresa con brillantez el desconcierto ante el enorme oximorón de la vida de un escritor y político ruso, tomada como una especie de fractal de todo su entorno, Anna Politkovskaya arriesga las causas de ese mismo desconcierto.


«Zapatosdeanteazul.com», 27 octubre 2014

Eduard Limonow

Original:

Ricardo Signes

«Limónov»

// «Zapatosdeanteazul.com» (es),
27 octubre 2014