»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Limónov, delincuente y príncipe libre

Miguel Muñoz

Emmanuel Carrère es un escritor, guionista y director de cine francés al que le encargaron un reportaje sobre Eduard Savienko, un polémico personaje de la Rusia postsoviética que tuvo una vida desordenada en el exilio y publicó algunas novelas antes de regresar a su país e incursionar en la política. El reportaje, del que no hay rastros, se convirtió en Limónov, una biografía de 400 páginas vencedora del Prix des Prix (un premio que se elige entre las obras ganadoras de las ocho distinciones literarias más importantes de Francia) y que recientemente editó Anagrama para los lectores hispanohablantes.

Pero la historia de un hombre poco conocido —incluso en su país— no interesaría a nadie si no fuera porque se trata también de la historia del derrotero de Occidente a partir de la segunda mitad del siglo XX. La de Carrère es una obra escrita con una inquietud que sobrepasa la cultura todavía mayoritaria de la izquierda y bajo la medida de uno de los acontecimientos políticos más importantes de nuestra época: la Unión Soviética.

Limónov es el seudónimo por el que es conocido Savienko, y resulta de la unión de las palabras rusas para limón y granada. Es decir: amargura y violencia, dos de sus características innatas. Ladronzuelo, poeta vagabundo, exiliado, mayordomo, soldado, prisionero y fundador del Partido Nacional Bolchevique, Limónov impone el género de la novela como el más adecuado para narrar su propia vida. Es, según los elogios que le brindara el propio Joseph Brodsky, el único escritor ruso realmente contemporáneo.

El ejercicio que lleva a cabo Carrère es casi tan importante como lo que cuenta, son dos mecanismos que se fusionan a la perfección. Contrario a la archiconocida labor de Truman Capote, Carrère no se valió de los recursos de la ficción para recrear sucesos reales; más bien dinamitó el género rutinario y mediocre de la biografía, regresándolo a su estado primordial: no se trata de una biografía sino del proyecto de una, como las entradas del diario de James Boswell, autor de la famosa La vida de Samuel Johnson, obra fundamental del género.

Así, información e imaginación se van confundiendo, pero menos como estrategia discursiva que como esfuerzo sincero de Carrère, hijo digno del progresismo francés, por evadir todo juicio moral. De ahí que la presencia intermitente del autor se da como herramienta para el lector y no como lo haría, por ejemplo, el periodista que necesita asentar su presencia en la narración de una crónica.

Carrère había conocido a Limónov en los años ochenta, cuando se afincó en París a vivir del éxito de su novela El poeta ruso prefiere a los negrazos, escrita en Nueva York. Este Jack London ruso tenía la energía de un aventurero punk y de eso se alimentaban sus libros. Era un dandi en el sentido en que su gran obra es su vida. Su estadía en Francia lo volvió la adoración de los jóvenes burgueses como Carrère («la pequeña tribu de la buena onda parisina»), aunque los valores de Limónov, que van del heroísmo a la violencia, de la aristocracia a los bajos fondos, son plenamente antiburgueses.

No hace falta reparar en los detalles del exilio de Limónov, el libro realiza un recorrido exhaustivo a modo de novela de formación. En algún momento el escritor ruso habla de su inclinación hacia la derecha política por el mero gusto de ser minoritario, por repudio del borreguismo. Aquí cabe extender esta reflexión y unirla a otra que el protagonista desarrolla: la vida es injusta y los hombres desiguales, es la realidad, cuyo contrapeso es la mentira piadosa de lo políticamente correcto.

Esta noción, que descubre Carrère al paso, se encuadra en el marco ético general de la obra. Limónov escribió varias novelas autobiográficas de símbolos fuertes, instintivas, nada moralistas y que no fueron pensadas para ser leídas en los círculos intelectuales, que son, como es sabido, de izquierda. Carrère, siguiendo esa moral de derecha, transformó su proyecto y consiguió una auténtica obra de izquierda que no le sigue el juego a la demanda intelectual del progresismo y que arruina toda categorización de buena literatura.

Una idea que trasciende la lectura es que los malos no son malos las veinticuatro horas del día. Pero, para ser estrictos, la vida de Limónov tiene poco que ver con el mal. Él está lleno de odio, que es la esencia de lo humano, lo único que aclara la mente y mueve a las personas, todo lo contrario del amor. Y ese odio se manifiesta como violencia. El mal, para terminar de aclarar términos, es lo que hace funcionar a las películas de terror, es la infancia. Limónov, que ha pasado por experiencias de carácter místico, primero en la estepa asiática y luego en una prisión rusa, no admite caracterizaciones tan simples.

Cerca del final, Carrère desnuda una vez más sus intenciones. Piensa que lo mejor para el libro sería que Limónov muera, o lo contrario: que cuente en Facebook si tiene más amigos que Kaspárov, quien fuera su aliado político. Pero un hombre de más de 60 años como Limónov, con esposa e hijos, quizás tenga ganas de retirarse al campo; esto, claro, es un deseo del propio Carrère. Lo que el escritor ruso declara, no sin misterio, es que donde mejor se siente es en Asia Central, en ciudades llenas de mendigos que «han soltado todas las amarras. Son andrajos. Son reyes».

Leyendo Limónov el lector se da cuenta de cuán poco conocida, y peor aún entendida, es la sociedad rusa; un lugar donde no hay espacio para «mentes sutiles» —como las llama Carrère— y que tiene en Vladimir Putin a un gobernante digno hijo de su tiempo, vale decir: espejo de todo lo que Limónov representa.


«El Telégrafo», 21.10.2013

Eduard Limonow

Original:

Miguel Muñoz

Limónov, delincuente y príncipe libre

// «El Telégrafo» (ec),
21.10.2013