»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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A los demás les da igual

Jciguela

«Limónov» de Carrère: «live fast die young» a la rusa.
«Formo parte de la gente que no está perdida en ninguna parte. Voy hacia los otros, los otros vienen hacia mí. Las cosas encajan de modo natural»
Eduard Limónov

Limónov no es un personaje de ficción, es muy real. Una vez más desde que publicara aquél impresionante retrato biográfico del asesino múltiple J. C. Romand en «El adversario», Carrère se aventura en la tarea de escribir una biografía pseudo-novelada, esta vez de Eduard Limónov. Desconocido para gran parte del público, Límonov es ahora un escritor ruso dedicado al activismo político en su país, pero en todo el transcurso de su vida anterior ha sido muchas otras cosas: delincuente juvenil, poeta clandestino y disidente político en la URSS, vagabundo en las calles y moteles de NY, en parques donde se dejaba sodomizar por negros («Al poeta ruso le gustan los negrazos» se titula una novela suya), amante fiel de ninfómanas y drogadictas, mayordomo de un millonario en Manhattan, novelista de culto, poeta de moda en París, guerrillero en los Balcanes del lado de los serbios, fundador de un partido político bolchevique de disidentes e inadaptados (nasbols), activista y preso político en gulags, dandi de estética punk, amante tardío de la mística y la meditación, etc.

En cierto sentido se encuentra en la línea entre el héroe y el anti-héroe, si es que se puede hablar en esos términos en una una sociedad desencantada como la nuestra. Limónov es de ese tipo de personas que van performando su propia vida, siendo en cada momento algo distinto de lo que fueron en el anterior, con el único objetivo de vivir tan intensamente que los demás no puedan pasar con indiferencia a su lado. En ese sentido el personaje resume todo el siglo XX, y el comienzo del XXI: tiene el brío vitalista y la voluntad de poder de la era de las Guerras mundiales («We want war, peace is death» p. 250); tiene esa atractiva confusión de lo estético y de lo místico, el desprecio por la racionalidad y la técnica propio del hipismo 60s; tiene también hiper-interiorizado el ideal del éxito, al que llega por el camino inverso, el del «fracasado», siempre auténtico; y tiene también el afán tan contemporáneo por la exposición pública de la propia vida, por el reconocimiento, el deseo de ser el protagonista de un Gran hermano en el que él tiene el papel principal y el mundo entero, dividido entre partidarios y enemigos, es el público.

Es por todo ello por lo que se convierte a ojos del lector en alguien que despierta una curiosidad abrumadora, y también cierta inquietud, la inquietud que supone todo agravio comparativo. Me explico: leyendo su vida, y se intuye que le sucede lo mismo a Carrère, uno siente haber visto pasar un poco la suya desde la barrera, demasiado sumido en la búsqueda de seguridades y estabilidad y muy lejos de los peligros y heroicidades que conforman la vida del héroe. DeLimónov, por ejemplo, de quien desborda su (hiper)actividad vital, el hecho de no ha esperado desde el sofá y ante un televisor a que las cosas «le ocurran», sino que ha estado en permanente búsqueda, sin excusas y sin remilgos, prácticamente también sin «conciencia moral» (o con una muy selectiva), en permanente lucha para ser quien quería ser en cada momento de su vida (principalmente por ser escritor). El libro es también prolífico en la explicación de los riesgos que una vida en plan Sid Vicius supone: numerosas pérdidas, hundimientos en el fondo de la condición humana, adicciones, la soledad de una celda, el fracaso y la negación… Pero nada de ello modifica la sensación primordial, pues para Limónov todo ello no supone sino nuevos impulsos para proseguir la búsqueda. Por poner un ejemplo: la estancia en una de las cárceles más duras de Rusia (en la que sólo les dejaban tener un televisor, precisamente por ser éste el mejor medio para aborregarles) le sirvió para escribir sus mejores libros, convirtiéndose así en el nuevoDostoievsky de Rusia, el escritor que conoce las ruindades de la naturaleza humana, concretadas en los presos, y que las muestra al público con genialidad. Le permite también introducirse en el mundo de la meditación y, según relata, llegar en una ocasión al Nirvana (p. 374). En definitiva, le sucede todo lo que un ser humano puede temer excepto la muerte, y todo ello lo introduce en una caja negra de la que sale un personaje istriónico e interesante y fantásticas novelas de culto.

Cierto es que, sobretodo hacia el final, se produce cierta desmitifación del héroe, obsesionado al fin y al cabo por cómo aparece ante el mundo, por qué pensarán los demás, por aparecer siempre firme, como un guerrero tibetano. En fin, que hacia el final se parece mucho menos a Viciusque a Iggy Pop, antaño punkarra que ahora anda haciendo anuncios para multinacionales (ver video). Al fin y al cabo es humano, tiene sus debilidades (algunas no muy novelescas), lo cual introduce ciertas dudas al propio Carrère de como terminar el libro sin incurrir en excesivas paradojas. Pero eso ya lo debe descubrir el lector. Como tantas otras cosas del libro, como la propia posición que adopta Carrére ante su interlocutor (en realidad el libro es también una autobiografía de quien lo escribe), pues con él lo que busca es también encontrar su lugar en la propia historia de Limónov y la del mundo contemporáneo. Y es también un libro sobre la historia reciente de Rusia, de un pueblo que ha ido encadenando diferentes formas de autoritarismo y autoperpetuación en el poder: la del Zar, la del comunismo soviético y también esa peculiar «democracia» rusa que es una explosiva mezcla de capitalismo salvaje, mafia callejera y persecuciones políticas (¿recuerdan a Ana Politkóvskaia?). De ahí las paradojas, como la frase dePutin que da comienzo al libro: «El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón».

Uno descubre también que aquella famosa frase atribuida a Orwell —«Si el partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco negro»—, no es suya, sino de Piatakov, compañero de batallas de Lenin (p. 198.). Y uno reconoce igualmente enLimónov el deseo, la necesidad más bien, de escribir: El libro de los muertos, en el que habla de todas las personas cercanas a las que vio morir en las circunstancias más dispares; El libro de los mares, en el que habla de los mares en los que ha mojado su trasero; Diario de un fracasado,Anatomía de un héroe, y así indefinidamente. Es decir, se manifiesta permanentemente ese impulso que tenemos todos de registrar nuestro paso por este mundo extraño y complejo, de escribir sobre él. ¿Quién no ha dicho alguna vez: debería escribir sobre esto que me ha pasado? ¿quién no tiene en su baúl de infancia un diario inacabado, casi siempre vergonzante, de cuando tenía 13 años? En definitiva: el libro es un buen modo de comprender porqué alguien se lanza a la aventura, sea la de vivir o la de escribir (lo mismo vale para cualquier otro registro: la fotografía, la filmación, la música…); y si no uno tiene el talento para conseguir que lo que escribe llegue a una librería, como nos pasa al común de los mortales, al menos merece la pena leer las historias de aquellos que sí lo consiguen, como Limónov y el propio Carrère, y deleitarse viendo como en estos tiempos extraños la ficción es menos verosímil que la realidad. Pues esta historia es, según dicen, muy real.


«Alosdemaslesdaigual.wordpress.com», 03.09.2013

Eduard Limonow

Original:

Jciguela

A los demás les da igual

// «Alosdemaslesdaigual.
wordpress.com» (pt),
03.09.2013