Carrère, el retratista
Emmanuel Carrère no busca sujetos malos ni buenos; es adicto a la ambigüedad del mal que asumen tipos intrincados, obsesivos y fanáticos.
El fin de semana pasado, mientras caminaba con mi familia por un mall, me fijé en que la moda punk había llegado con tremenda fuerza a las tiendas de ropa femenina. Las tachas, los botines negros, el cuero y el color negro acaparaban parte importante de lo que exhibían las tiendas de punta. Pensé que era un fenómeno predecible, pues es lo mismo que está aconteciendo en otras capitales. El punk ha vuelto domesticado, un lujo o una nostalgia. Lo podemos corroborar mirando la revistas Vogue o a través de exposiciones tan importantes como la que ahora está en The Metropolitan Museum of Art de Nueva York, dedicada a esta tendencia.
Sin duda, es un síntoma de la integración global el que sigamos acontecimientos semejantes tanto aquí, en Londres o en Bagdad. Esta simetría en la moda también se da en otras tendencias, como las artes visuales y en la decoración. Donde esto no sucede es en la circulación de libros. Quizás los intelectuales y lectores sagaces conocen lo que se está publicando con repercusión fuera de Chile, y son ellos los que pueden asegurar que no es lo equivalente a lo que vemos en las librerías. No sé si es para alegrarse este hecho, pero sí habría que constatarlo. Y una forma de hacerlo es señalar la escasa relevancia que se le ha dado al libro Limónov, del escritor francés Emmanuel Carrère, el que está arrasando en países como España y Argentina, para no hablar de su impacto en los demás idiomas.
«Eduard Limónov no es un personaje de ficción. Existe. Yo lo conozco. Ha sido granuja en Ucrania, ídolo del underground soviético bajo Bréznev, mendigo y después mayordomo de un millonario en Manhattan; escritor mimado en París, soldado perdido en la guerra de los Balcanes, y, ahora, en el inmenso burdel del poscomunismo en Rusia, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados. El se ve como un héroe, pero también se le puede considerar un cabrón: yo por mi parte no me atrevo a juzgarlo».
Con estas palabras Carrère resume la vida de un sujeto al que le dedica casi 400 páginas de prosa elocuente y veloz. Y si quisiéramos ir aún más al centro del espíritu que agita a Limónov, no dudaría en decir que se trata de un punk. Es un tipo que construyó su imagen desde su ropa hasta los gestos y acciones extremas y delirantes que asume como estrella del rock. Sus obsesiones son el descaro, la muerte, la exclusión, las experiencias extremas y, sobre todo, la subversión de los códigos socialmente aceptados.
El talento de Carrère es evidente: su capacidad para describir es admirable. Retrata con extrema solvencia la historia de los protagonistas de sus libros. No da tregua con la información sin jamás aburrir. Y es convincente con cada afirmación que hace sobre la psicología de éstos. En Limónov logra seducirnos con la vida de un extraño sujeto, a la vez que refleja de forma puntillosa los lugares donde habita su protagonista, los que recrea con un realismo implacable y solvente. Sin miedo narra percances y situaciones que vive Limónov. Es un narrador que cumple la función de testigo privilegiado. Sin embargo, cae en la tentación de involucrarse. Son los momentos más débiles de Limónov. Carrère no es atractivo, y su vida menos. Es probable que lo condescendiente que es consigo sea directamente proporcional a lo despiadado que es a la hora de contar lo que les acontece a quienes representa y explica con indudable destreza. Es incómodo que su suerte siempre lo lleve al sitio indicado o a la pista necesaria.
Los numerosos premios que ha ganado Carrère con Limónov lo han descubierto para el público internacional como un autor de primera línea. Vale la pena seguir en su veta cercana a la no ficción. Estuve hurgando en Una novela rusa, un volumen autobiográfico que me pareció harto más aburrido que El adversario, un libro trepidante y feroz, en el que Carrère reconstruye un caso real: un tipo que ha sido un impostor por décadas, al verse descubierto asesina a su familia completa.
Un par de acotaciones finales sobre Carrère: su conocimiento de los personajes, de sus ambientes y de la historia que los envuelve lo hacen merecedor del perdón de todos los defectos que se puedan notar en sus libros. En particular porque Emmanuel Carrère no busca sujetos malos ni buenos; por el contrario, es adicto a la ambigüedad del mal que asumen tipos intrincados, obsesivos y fanáticos. Carrère nos obliga a detenernos en el papel que las pasiones juegan en los destinos individuales.
«La Tercera», 2 agosto 2013