»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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La guerra de un hombre solo

Martín Libster

Entre el 9 y el 10 de enero de 1993, el falso médico Jean-Claude Romand mató a su mujer, a sus hijos y a sus padres en Prévessin-Moëns, una pequeña localidad del sudoeste de Francia. En base a este episodio de la crónica policial, Emmanuel Carrère publicó en el año 2000 El adversario, un texto extraordinario que indaga con lucidez e intensidad poco comunes el corazón de las tinieblas. El libro representó un cambio de rumbo en la carrera del autor. Hasta ese momento, Carrère era un novelista que trabajaba con tramas puramente ficcionales; paralelamente, había publicado una biografía del novelista norteamericano Philip K. Dick. El adversario marca la confluencia de estas dos líneas; de ahí en más, Carrère se dedicaría a la novela biográfica. En todas ellas (especialmente en Una novela rusa, que relata la historia de su abuelo materno) la estructura es similar: el retrato de vidas ajenas que, en cierta medida (por medio de la similitud o el contraste), iluminan la propia. En este sentido, podemos decir que esta fase de la literatura de Carrère constituye una suerte de autobiografía oblicua, en la que, al tiempo que habla de otros, el autor reflexiona sobre sí mismo. La última entrega de esta serie, Limónov, recientemente publicada por Anagrama, toma como objeto al poeta ruso Eduard Savienko.

La novela cuenta, desde el principio, con una ventaja fundamental: la vida de Eduard Savienko, más tarde conocido como Limónov, es extraordinaria. Delincuente juvenil, poeta, miembro de los círculos artísticos clandestinos en la Unión Soviética de Brezhnev, disidente político (enemigo tanto de los “poetas de la nomenklatura” como de la disidencia oficial), emigrado, vagabundo en Nueva York, novelista punk en París, turista-mercenario en Yugoslavia y líder de un partido denominado “nacional-bolchevique” en la Rusia de Yeltsin y Putin, la trayectoria del protagonista es eminentemente novelesca y apasionante en sí misma. La vida de Limónov es una novela ready-made y su elección como objeto de una biografía es, en sí, un gran acierto. El estilo de Carrère (o, mejor dicho, lo que de él sobrevive a la pésima traducción, plagada de galicismos, erratas y hasta problemas de concordancia) es, por lo demás, efectivo; la sucesión de pequeñas escenas —los fragmentos rara vez superan la página de extensión— da buena cuenta de la vida y las motivaciones del protagonista. La prosa no es excesivamente inspirada, sino más bien informativa, pero, sin embargo, con eso alcanza y sobra para mantener el interés del lector y llevar la narración a buen puerto. Las mejores páginas del libro son aquellas que relatan la aventura íntima de Limónov, su incesante lucha por el reconocimiento a cualquier precio. Esta búsqueda de la trascendencia es el motor de un periplo que lo llevará por medio mundo —de una pequeña ciudad ucraniana a Moscú y de allí a Nueva York, París y Sarajevo, pasando en el camino por comisarías, departamentos infectos, mansiones, cuarteles, cárceles e incluso una cabaña en Altai, una región montañosa de Asia Central donde tendrá una revelación. El combustible que alimenta esta sed de gloria está hecho de una aleación de envidia y resentimiento; Limónov es, al mismo tiempo, un artista y un guerrero, la encarnación del hombre que ha comprendido que, en el campo artístico como en cualquier otro, la lucha por la supervivencia implica aplastar al adversario. El odio de Limónov abarca a cualquiera que se interponga entre él y la gloria, ya sea la policía, los escritores más célebres (como Aleksandr Solzhenitsyn y su némesis Joseph Brodsky), el sistema de clases de las sociedades capitalistas (y las diferencias de origen solapadas bajo el manto del socialismo), los disidentes que gozan del reconocimiento de los intelectuales de Occidente por su coraje cívico (como el físico nuclear Andréi Sájarov) y los dirigentes políticos como Boris Yeltsin y Vladimir Putin. Limónov es al mismo tiempo un resentido, un arribista y un lumpen; un pariente directo de Julian Sorel y de Rodión Románovich Raskólnikov, un perfecto personaje novelesco.

Si Limónov representa la figura del aventurero amoral que ha llevado una vida agitada, su biógrafo, el hombre que lo utiliza a modo de espejo en el que reflejarse oblicuamente, es por el contrario la perfecta imagen del escritor burgués; un hombre cuya vida, como él mismo reconoce, no tiene grandes sobresaltos, que se entera del curso de la Historia mediante la lectura de los diarios y que si acaso asoma la nariz por el teatro de operaciones lo hace en calidad de turista (como en su visita a Rumania inmediatamente después de la caída de Ceaușescu). Su condición de europeo bienpensante y su falta de oficio como historiador explican algunos de los problemas que sobrevienen cuando Carrère abandona momentáneamente a Limónov y se aboca a la descripción geopolítica del continente en los años 90, inmediatamente después de la caída de la Unión Soviética y la implosión de Yugoslavia. Más allá de reconocer que sus opiniones políticas son algo endebles, el autor no se priva de exponer algunos puntos de vista que resultan más bien confusos y detienen innecesariamente la acción. Se trata, indudablemente, del peor momento de un libro, por lo demás, muy interesante. Una vez que se ha desahogado y el lector tiene muy clara la calidad humana del hombre que está al timón del relato —y su diferencia esencial con su biografiado, al que sin embargo respeta por su honestidad y autenticidad—, el texto vuelve a Limónov y se adentra en los pormenores de la formación de su partido Nacional-Bolchevique y su improbable batalla por la democracia. En un país como Rusia, la causa parece perdida de antemano. Pero hay, además, otro problema, el mismo que Limónov había enfrentado respecto de Brodsky y los poetas disidentes: el de la diferenciación. La elección del símbolo partidario no parece ser, a este respecto, la más adecuada: debe ser difícil acusar de fascista a un gobierno cuando uno marcha bajo una bandera nazi que, en lugar de una esvástica, tiene estampadas una hoz y un martillo.

Sin estar al nivel superlativo de El adversario, Limónov es una muy buena novela que relata la vida de un hombre que concibe la existencia como una guerra permanente y que, en virtud de esa convicción, libra constantes batallas, públicas y privadas, por obtener el reconocimiento que cree que el mundo le debe. Ya sea como delincuente juvenil, poeta, héroe político o mercenario, Limónov es la encarnación radical del hombre de acción, que se las arregla para estar siempre en el ojo del huracán. Sus principios y motivaciones son lábiles y hasta dudosas; es, claramente, un tipo al que uno no querría tener cerca. Pero, por obra y gracia de la literatura, Eduard Limónov se ha transformado en un personaje de ficción: vitriólico, contradictorio y hasta desagradable, al que, sin embargo, el lector persigue sin aliento hasta la última página.


«Eterna Cadencia», 02.05.2013

Eduard Limonow

Original:

Martín Libster

La guerra de un hombre solo

// «Eterna Cadencia» (ar),
02.05.2013