Back in the USSR
Hace unos años cayó en mis manos un libro extraordinario: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Se trataba de un ensayo biográfico acerca de Philip K. Dick, el más delirante y paranoico escritor de novelas que ha habido nunca Philip K. Dick es autor de clásicos como Ubik o el celebérrimo relato ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Firmaba esa biografía apasionada el francés Emmanuel Carrére, del cual hoy disfruto Limónov, de nuevo excepcional literatura biográfica.
Sostengo desde hace tiempo que (salvo excepciones) el mejor periodismo se está haciendo en forma de libros. Este Limónov resulta un claro ejemplo. Lo que en un colorín dominical serían, como mucho, cuatro páginas en forma de retrato a vuelapluma se transforma aquí en una novela de aventuras y desventuras que, de paso, nos ofrece ricos detalles de lo que fue la Unión Soviética y hoy es la Rusia putiniana.
¿Y qué decir del personaje principal y absoluto de esta obra? Eduard Limónov, poeta subterráneo en los glaciales tiempos de Brézhnev, exiliado en Nueva York, donde vivirá al filo de la mendicidad, resurgido de sus cenizas como escritor de culto en los cenáculos de la intelectualidad parisina, una suerte de London o Bukowski paradójicamente aquejado de resentimiento de clase y que, de pronto, en una pirueta épica, se lanza a la vorágine de un activismo político que le llevará a pelear en Yugoslavia junto a los serbios y a liderar en Rusia el Partido Nacional Bolchevique. Bigger than life. Esa sería la divisa de Limónov, empeñado a toda costa en epatar y alcanzar la gloria. Insurrecto de toda batalla contra lo establecido, con razón o sin ella, despreciable si se le observa sonriente en las fotos con Le Pen o con los ultras serbios que aniquilaron a bosnios o croatas, enternecedor en sus periódicas caídas al abismo, el mismo que adora a los vencedores y (una y otra vez) elige el bando de los perdedores.
Carrère es un excelente escritor y sabe contarnos la atribulada vida de este majadero adorable como si de una ficción trepidante se tratase. Pero también se detiene en la reflexión, en el análisis de las contradicciones que (en el fondo) construyen a todo ser humano. Somos nuestras contradicciones y el único problema de Limónov es que sus contradicciones son tan inmensas como su sueños de grandeza.
Limónov contiene grandes pasajes y, sobre todo, contiene ese periodismo literario que cada vez es más difícil encontrar en las páginas de los diarios. Emmanuel Carrère se propone radiografiar a un personaje tan inclasificable como atractivo, diríamos que parte con ventaja, a todos nos gusta contemplar a especímenes humanos extremos. Pero no es tan fácil eludir la rendida fascinación o el asco que provocan algunas confesiones del propio Limónov. Carrère sabe hacerlo. Sabe mantener la distancia adecuada. La de observador que, sin esconder sus simpatías y antipatías hacia algunas actitudes o facetas del biografiado, logra alcanzar el virtuoso punto de honestidad para contar una vida ajena.
Aunque más allá de eso lo que como lectores nos importa es que el libro nos atrape y no nos permita abandonarlo en ningún momento. Premisa que se cumple sobradamente con este Limónov.
¿Y quién es Limónov? ¿Se responde a esa pregunta al final del libro? En las primeras páginas dice un viejo periodista que acude en Moscú a una rueda de prensa donde el nacionalbolchevique Limónov se codea con el ingenuo Kaspárov, demócrata sin tacha, y con otros opositores a Putin: «Sus compañeros deberían desconfiar. Si por casualidad llegase al poder, lo primero que haría sería fusilarlos a todos». ¿Es así? Carrière lo duda. En la última página relata una conversación con Limónov que lo presenta de otro modo muy distinto. Lo dibuja, en realidad, como un eterno soñador, un poeta perseverando una y otra y otra y otra vez en la equivocación. Como hacemos casi todos.
«Diario Abierto», 16.02.2013