La biografía fallida de Limónov
Poeta, suicida, recluso, golpista, místico: Emmanuel Carrère aborda todas las facetas de Eduard Limónov en su última obra. La vida de un personaje desmesurado, enemigo de Putin.
Al descubrir que los lavabos de la prisión en la que se encontraba eran iguales a los de un hotel de lujo en el que se había alojado unos años atrás en Nueva York, Eduard Limónov se preguntó «si habría en el mundo muchos otros hombres como él […] cuya experiencia incluyese universos tan diversos como el del preso de derecho común en un campo de trabajos forzados a orillas del Volga y el del escritor de moda que se mueve en un decorado de Philippe Starck».
La respuesta, qué duda cabe, es negativa: muy pocas personas tienen una trayectoria vital como la de Limónov, nacido Eduard Savenko en 1943 y protagonista del libro de Emmanuel Carrère del mismo nombre que mereciera el Prix de Prix 2011 y los premios Renaudot y de la Lengua Francesa.
A lo largo de su vida, Limónov ha sido delincuente juvenil, poeta vanguardista, suicida insustancial, recluso en un psiquiátrico, vendedor de libros, sastre autodidacta, clandestino en Moscú, indigente en Nueva York, amante de negros del Bronx, sirviente en la casa de un rico, escritor de éxito en París, miliciano serbio, golpista ruso, director de un periódico de corte fascista, líder de un partido nacionalista, místico, memorialista, preso sin sentencia e incluso sin cargos («quizá el momento culminante de su vida, el momento en que ha estado más cerca de ser lo que siempre, con bravura, con una terquedad infantil, se ha esforzado en ser: un héroe, un auténtico hombre»).
Exageraciones autobiográficas
Algo en todo esto parece desmesurado, y desde luego lo es, pero «Limónov» debe todo su interés precisamente a esa desmesura. Carrère, quien conoció superficialmente a su biografiado en París cuando este era un autor de éxito y él un joven aspirante a escritor, lee sus libros (autobiográficos, aunque con exageraciones) y lo visita en Moscú, donde Limónov vive en la semiclandestinidad como el único superviviente de una lista de «enemigos de Rusia» cuyos otros integrantes eran la periodista Anna Politkóvskaya y el antiguo espía Aleksandr Litvinenko, ambos asesinados.
Desafortunadamente, Carrère no conversa con otras personas que lo hayan conocido ni coteja lo que el escritor ruso ha dicho y dice de sí mismo con lo que otros pudiesen decir de él, y esto se debe a su interés por una figura que no permite matizaciones, que arrastra a su biógrafo (y, con él, al lector) sin que este tenga tiempo de vacilar, de preguntarse acerca de la verosimilitud de lo que se le está contando o de ejercer el juicio crítico con el que Limónov parece haberlo observado y descartado todo, a excepción de sí mismo.
«Limónov» cautiva por el magnetismo de su personaje principal, pero también sorprende por las decisiones que ha tomado su autor. A la de no contrastar lo que el personaje principal ha dicho sobre sí mismo se le suma la de inmiscuirse en el relato hasta el punto de que la obra se convierta en la biografía de dos personajes, Eduard Limónov y Emmanuel Carrère, y el relato de sus encuentros y divergencias, así como de las dificultades de este último para escribir el libro.
Por el bien de sí mismo
No cabe duda de que la aproximación es perfectamente viable: si aquí fracasa al menos parcialmente es porque, por una parte, la vida del primero es muchísimo más interesante que la del segundo, y, por otra, porque la (a ratos irritante) belicosidad y amargura de Limónov, a quien el autor considera una mezcla de «[Michel] Houellebecq, Lou Reed y [Daniel] Cohn-Bendit», contrasta aquí con la bonhomía y la indulgencia con la que Carrère se juzga a sí mismo y a su biografiado.
Es difícil encontrar un contraste mayor, al punto de que el lector desearía que algo del descontento consigo mismo y con los demás que siempre ha caracterizado a Limónov se hubiese contagiado a su biógrafo, no sólo por el bien de sí mismo, sino también de su retrato del escritor ruso. No sucede así, pero ese lector se ve compelido de todas formas a dejar de lado estas objeciones ante las peripecias y los extraordinarios cambios de rumbo en la vida del personaje principal, así como la sobriedad y la inteligencia con las que Carrère realiza un esbozo de sociología literaria de la Unión Soviética de la década de 1960 (lo mejor del libro) y narra a través de su biografiado uno de los momentos más apasionantes de la Historia reciente de Europa Oriental: la disolución de la Unión Soviética, el caos político y económico subsiguiente, las guerras balcánicas, la instauración de un nuevo régimen de terror en Rusia, el ascenso de Vladímir Putin.
Al final de este libro no sabemos realmente quién es Eduard Limónov, pero sí de las circunstancias que llevaron a él y a otros a cambiar de rumbo una y otra vez y otra, y esas circunstancias son el resultado de los vientos de la Historia, que en Europa Oriental adquieren siempre el carácter de huracanes violentos y contradictorios que lo arrasan todo a su paso y sólo dejan ruinas.
«ABC», 12.02.2013