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von
Emmanuel Carrère



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Emmanuel Carrère: «Me considero heredero de Truman Capote»

Hace algunos años Emmanuel Carrère escribía novelas. Ahora no, ahora se encuentra personajes por la calle.

«Limónov no es un personaje de ficción. Es real y yo lo conozco» escribe Emmanuel Carrère en las primeras páginas. Un personaje tan insólito que habría resultado inverosímil de habérselo inventado: un escritor ruso exiliado, autor de novelas autobiográficas a lo Henry Miller, mendigo y después secretario de millonario en Nueva York, autor de culto en París, amigo personal del criminal de guerra serbio Radovan Karadzic y retornado a la Rusia post soviética como líder de skinheads durante los años de Yeltsin y como opositor democrático durante el reinado de Putin. Alguna vez Emmanuel Cárrere (Paris, 1957) fue un autor de novelas, pero desde hace ya una quincena de años que lo suyo son las historias de personas que viven. No sólo historias de no ficción, sino de vidas apasionadas y atribuladas de gente que él conoce.

Nos recibe en su departamento en el décimo distrito parisino donde vive con su mujer y sus hijos, algo que sé por sus últimos libros, todos algo autobiográficos. Es un lugar espacioso y decorado con gusto, o al menos con ese gusto de burgués bohemio que uno imagina del narrador Carrère, un intelectual parisino que hace de contrapunto para el radical Limónov.

— ¿Por qué se decidió a escribir sobre Limónov?

— Lo conocí hace unos 25 o 30 años. Yo era un periodista joven y él era un escritor soviético disidente y exiliado y era ya un tipo bastante especial de disidente, porque era más un hooligan que otra cosa. Tenía una fama tipo Jack London, de aventurero. No diría que éramos amigos pero nos encontrábamos en fiestas y cosas así: yo había escrito reseñas de sus libros, lo había entrevistado. Pasaron muchos sin que tuviese ninguna noticia de él. Después él regresó a Rusia y supimos que había estado en la guerra de Serbia y luego creando un partido político muy extraño, muy fascista, en los años de Yeltsin. No pensaba en él, lo había olvidado, pero hace algunos años empecé a interesarme cada vez más en Rusia y a viajar allí frecuentemente. Después del asesinato de la periodista rusa Anna Politkóvskaya fui a Moscú a escribir un artículo sobre ella y me sorprendió que en los círculos en que ella se movía, en los círculos democráticos, Limónov tenía muy buena reputación. Me era muy extraño porque nosotros aquí habíamos escuchado de su partido fascista. Decidí volver a Moscú para escribir un artículo largo sobre él. Así nos encontramos nuevamente; pasé dos semanas con él. No sabía muy bien qué pensar de él, pero me di cuenta que era un personaje fascinante con el que podría escribir tanto una novela de aventuras a lo Alexander Dumas como un libro de historia sobre los países comunistas.

— ¿Qué sabe sobre su reacción al leer el libro?

— Oficialmente no quiere hacer ningún comentario, lo que me parece muy astuto. Porque ¿qué podría decir? No tiene sentido corregirme, ni decir que no está de acuerdo con lo que digo de él. Pero no oculta que está muy contento con el libro. En su página web cuelga cada una de las reseñas que salen. Él me ha dicho que ha tratado toda su vida de convertirse en el héroe de una novela y que ahora lo logró.

— ¿Tienen ustedes una relación personal entonces?

— Sí, cuando voy a Moscú nos tomamos algo, intercambiamos correos, nos mantenemos al tanto. Tenemos una relación cortés, pero no nos emborrachamos ni vamos al sauna juntos. Es claro que somos distintos. Él siempre dice que no estamos en el mismo lado de la barricada: él se considera como un revolucionario y a mí como un burgués; si él estuviera en el poder me mandaría al Gulag, no creo que lo negaría. Pero le gustó el libro y eso es bastante claro. De todas formas si no le hubiese gustado me daba igual. Yo he escrito antes de personas que están vivas y les he dado el libro para leer antes. Me he preocupado de no herir sentimientos y de dejarles cambiar lo que necesitasen. Pero eso estaba fuera de cuestión aquí. Limónov es una persona pública y ha escrito cosas horribles sobre otras personas, así que si no le gustaba lo que digo de él me daba igual.

Desde hace algo más de 15 años que Carrère escribe historias de otros. Aparte de dos biografías —una sobre Werner Herzog y otra sobre Philip K. Dick— ha escrito tres libros donde sus personajes han podido leerle. El primero fue El Adversario (Anagrama, 2000), sobre un hombre que había mentido toda su vida: decía ser doctor y trabajar en la OMS, pero a los 18 había faltado a un examen y desde entonces se había construido una vida de mentira. Cuando ésta se le hizo insostenible, este hombre —un francés que todavía vive— decidió matar a su mujer, sus hijos y sus padres. Carrère hizo de ese crimen una A sangre fría francesa, que sería traducida a muchos idiomas y llevada al cine. Le siguió Una novela rusa, su texto más autobiográfico, en el que desnuda intimidades de su novia de entonces así como una oscura historia familiar de un abuelo que hizo de traductor para los nazis, de la que su madre le había prohibido explícitamente escribir. Cuando Carrére dice que antes se ha preocupado de no herir sentimientos, no se refería a este libro, claro está.

— Una novela rusa no se la dio a leer a su novia o a su madre.

— No, claro. Ellas no hubiesen aceptado que yo publicase eso, así que para qué iba a preguntar.

— Usted escribe allí que la escribió pensando que era una novela imposible de publicar, pero no imposible de escribir. Y acabo publicándola.

— Pero, ahora, si soy honesto, puedo decir que es un libro fuera del límite. Verás, la escribí, tenía que escribirla, y me sirvió. Tuvo un efecto catártico en mí; me salvó la vida. Pero hice algo que desapruebo que es escribir sobre otras personas sin estar conscientes de cómo los puedes herir.

— Volvamos a Limónov. ¿Cómo le afectó a él este libro? ¿Se volvió más famoso como escritor?

— En Rusia ya es bastante conocido, pero en Francia sí sus libros han sido re-editados.

— ¿Cómo fue la investigación para el libro? Leyéndolo queda la impresión de que se basa en su mayoría en los textos que él mismo escribió.

— Habían dos campos de investigación. Una parte tiene que ver con su vida, pero la otra con toda la historia de Rusia y de los países comunistas y el postcomunismo que es algo que me interesa hace muchos años y que tiene ver con una serie de reflexiones que entran aquí. En relación a Limónov, sí, me baso en lo que él dice. Habría sido otro tipo de libro si hubiese chequeado lo que él dice, una biografía en el sentido de las biografías norteamericanas. Yo más bien apuesto a qué él no miente, porque él no se avergüenza de nada, pero no puedo dar garantía.

— En la novela dice que hubo un momento de total hastío en la escritura, un momento en qué pensó dejarlo. ¿Qué estaba escribiendo entonces?

— Sobre su participación en Bosnia. Fue después de ver esa filmación —que cualquiera puede ver en youtube— donde aparece él disparando (en las filas de Radovan Karadzic); me pareció totalmente grotesco y me inundó un sentimiento desbordante de desolación, de ‘cómo estoy escribiendo un libro sobre este pobre hombre’. Y dejé de escribir durante un buen tiempo. Pensé que no iba a seguir, pero después lo volví a leer y me pareció que estaba bien: que había algo más en él.

— Pero su narrador no lo juzga.

— Durante la escritura del libro yo no tenía mayor idea de qué es lo que yo pensaba de él. Traté de no hacer una síntesis, de evitar decir si era un tipo malo o un tipo bueno. Es una figura que tan incómoda como atractiva.

— ¿Cómo le afectan las —en buena parte atormentadas— vidas de sus personajes mientras escribe?

— En este caso no era tan difícil. A pesar de ese momento difícil en que le desprecié mucho, diría que era buena compañía. Hay en él mucha vitalidad y eso hace que este libro tenga un tempo tipo allegro agitato, que no es mi tempo, el que suele ser más tranquilo. Yo le estoy agradecido de esta energía. Es divertido. No somos amigos y estamos en los lados opuestos, pero tenemos muchas razones para darle las gracias al otro. Gracias a él escribí lo que considero un muy buen libro y fue placentero escribirlo.

— En español aparece dentro de la colección de ficción de Anagrama, como si fuese una novela, aún cuando existe también una prestigiosa colección de no ficción donde hay autores que podrían ser cercanos a usted, como Ryszard Kapuściński.

— Aquí en Francia uno suele colocar debajo del título del libro qué tipo de libro es, si es una novela o biografía. Yo me niego a etiquetarlos, pero si me preguntas prefiero que esté en el mesón de las novelas, porque los compras por las mismas razones por las que se compra una novela. Uso todos los trucos de un novelista para atrapar al lector. Por lo que te diría que sí, que está bien que esté en esa colección.

— ¿Y lo rotularía como una ‘novela de no ficción’?

— Me incomoda esa etiqueta, aunque es bastante asertiva. Además fue acunada por Truman Capote y yo me considero su heredero. Pero no tengo ninguna ideología en ese sentido: eso que sean híbridos no me molesta, más bien me gusta, pero yo soy un lector de novelas. Limónov, en todo caso, también es un autor de libros de no ficción.

— De hecho, ¿qué es lo mejor de la producción de Limónov?

— Para mi gusto, los libros autobiográficos que escribió en los 80 sobre su vida en Estados Unidos y sobre su infancia y juventud en Rusia. Ahora escribe poesía de la que poco puedo decir porque no me considero un buen juez. Escribe también ensayos que me parecen un desastre. Él dice que yo no le trato cómo pensador político que él dice que es. En eso tiene razón: no tengo el más mínimo aprecio por esos textos. Recientemente me escribió para decir que había escrito un libro sobre grandes figuras políticas como Marx, Gandhi, Pol Pot, Osama Bin Laden… ¡Imagínate! ¡De eso escribe!


Macarena García González | «El Mercurio», 24 noviembre 2013

Emmanuel Carrère

Original:

Macarena García González

Emmanuel Carrère: «Me considero heredero de Truman Capote»

// «El Mercurio» (cl),
24 noviembre 2013