»LIMONOW«


von
Emmanuel Carrère



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Muerte a crédito

Tal como hace unos años hizo con El adversario, Emmanuel Carrère volvió a patear el tablero en materia de no-ficción. En De vidas ajenas, uno de los libros más intensos y fascinantes publicados en los últimos meses, hilvana los vaivenes de su intimidad con el tsunami del sudeste asiático y la historia de dos jueces enfermos de cáncer.

Habla más, está más animado, parece sobre todo más distendido que cuando lo entrevistamos por el lanzamiento de Una novela rusa, hace poco más de dos años. Sin embargo el decorado no cambió: el salón del vasto departamento que Emmanuel Carrère comparte con su mujer, la periodista Hélène Devynck. Dicho sea de paso, en ella está inspirado el personaje de la mujer joven de De vidas ajenas, libro que se desvía para transformarse: el texto se abre con la incapacidad de uno de ellos de amar, deseoso de dejar al otro, y termina con la visión panorámica de la felicidad amorosa y familiar (desde entonces tienen una hija). ¿Qué pasó en el medio? Muertes, enfermedades, pérdidas… pero no sólo eso. Si en Una novela rusa, que mezclaba el relato de la muerte (sin sepultura) de su abuelo llegado a Francia y sospechado de colaboracionista, la pérdida de su pareja por una tal Sophie, y la violencia de la Rusia contemporánea, ya había una obsesión por la muerte y el delito, Emmanuel Carrère vuelve a pasar por este mortífero lugar para entregar ahora un relato sorprendentemente luminoso. ¿Cómo salir mejor de estos conflictos interiores? Corriendo el foco hacia las desgracias de los otros, pero sobre todo hacia su forma de afrontarlas, de superarlas. Muertes a causa del tsunami desde el principio del libro, cuando la pareja pasa sus vacaciones en Sri Lanka y asiste al horror que toca a ciertas familias alrededor suyo, el cáncer y la muerte de la hermana de Hélène, Juliette, y su vida de jueza vinculada estrecha y bellamente a otro juez, Etienne.

Y de hecho, ¿qué cosa es más bella que el vínculo casi amoroso y apasionado por la justicia que une a estos dos jueces cojos, ambos riñendo con un cáncer, que luchan codo a codo para defender familias endeudadas contra los organismos de crédito que abusan de ellas (la parte más potente del libro)? A veces, se dice que la extraña suerte del Emmanuel Carrère escritor es que su vida y la de los que lo rodean sobrepasan en sentido y belleza a la ficción. Pero quizás la verdadera fuerza de un escritor es tener ese don, esa inteligencia de leer la realidad como una novela o incluso como un relato significante. Y de saber, en lo que dura un libro, hacerle justicia.

— ¿Escribir Una novela rusa fue lo que te permitió abrirte a otras vidas que no sean la tuya?

Una novela rusa tuvo las virtudes catárticas que podía esperar. Ya había hablado de mí en El adversario, mi libro sobre la vida de Jean-Claude Romand, pero abordar de frente ciertas cosas mías dolorosas me hizo bien. Tuve la sensación de hacer un paquete con mis neurosis y ponerlas ahí. Cuando retomé De vidas ajenas, que había comenzado antes de terminar Una novela rusa, me sorprendió constatar hasta qué punto el texto estaba avanzado. Me doy cuenta de que necesito actuar con astucia, hacerme trampas para escribir… Si me instalo diciendo que estoy escribiendo un libro, enseguida hay algo en mí que se crispa, una inhibición, mientras que cuando escribo notas diciéndome que no son necesariamente un libro, me siento mucho más libre.

— ¿Cuál fue el punto de partida para De vidas ajenas?

— Mi encuentro con ese juez, Etienne, a quien no conocía. Este tipo, al día siguiente de la muerte de Juliette, la hermana de mi pareja, nos convoca y nos habla durante dos horas, de él, de ella, de la enfermedad, de la minusvalía, del sobreendeudamiento y del derecho… Me quedé totalmente pasmado, extrañado por su forma de decir las cosas. Encima, me había dicho que esta historia me podría interesar, un poco como si me eligiera para contarla…

— Es un personaje extraordinario, una suerte de sabio frente a la vida…

— Y al mismo tiempo, no tiene ninguno de los estigmas de la sabiduría: no mira jamás a los otros desde arriba, está adosado a su debilidad, a su vulnerabilidad, y eso es lo que me emociona en él. Entonces, tuve ganas de hacer su retrato, como un pintor. Empecé a trabajar con él después del entierro de Juliette. Me iba a pasar el día a Lyon y él me contaba cosas con una libertad y con una ausencia de inhibición increíbles. Lo más difícil fue cuando me dije que iba a tener que hablar también de Patrice, el marido de Juliette, que, sin embargo, está mucho más lejos de mí que Etienne. Etienne, en el fondo, se me parece: es un neurótico como yo, pero con una forma de salir de la neurosis muy bella, de arreglárselas, de dejar de serlo realmente… Los dos confiaron totalmente en mí. Necesitaba ser digno de esa confianza.

— ¿Cómo reaccionaron al leer tu manuscrito?

— Estoy muy sereno con la salida del libro, porque la verdadera aprobación fue la lectura de ellos. Y las pocas modificaciones que tuve que hacer después de su lectura jamás me parecieron que arruinaban el libro. Tengo la sensación de que realmente lo hicimos juntos. Por eso, así como sentí culpa cuando salieron mis dos libros precedentes, por este siento un verdadero orgullo.

— ¿Habías dado a leer tus textos anteriores antes de la publicación?

— Sí, había dado El adversario a Jean-Claude Romand diciéndole que no iba a cambiar nada. Una novela rusa no se la di a leer a nadie, ni a madre, ni a Sophie, mi ex. A Sophie la había prevenido y me había dado su aprobación. Mi madre reaccionó mal al principio, porque contaba algo que ella no quería hacer público como la muerte de su propio padre. Claro, la historia familiar me pertenecía también a mí, pero no sólo a mí. Ahí corría realmente el riesgo de provocar daños colaterales. No fue voluntario, pero no me arrepiento. En cambio con De vidas ajenas los protagonistas tenían conciencia de lo que yo hacía.

— Ya sean las familias tocadas por el tsunami al principio, la vida del juez o la de Juliette, no elegís contar esas vidas por azar: todas ellas incluyen una enfermedad, una pérdida, una muerte.

— Me tocaron un poco sin que yo lo eligiera. Entre las muertes del tsunami y la muerte de Juliette, me vi afrontando en muy poco tiempo cosas muy duras, con algunos meses de intervalo: no se me habría ocurrido trabajar con otras cosas, otras vidas más livianas. Al mismo tiempo, no escribí un libro desesperado, ya que los personajes no tienen para nada un comportamiento neurótico. Hacen lo que pueden.

— ¿El tema de De vidas ajenas sería la confrontación de un tipo neurótico, vos, con gente que vive desdichas reales?

— Es verdad que durante mucho tiempo me sentí alguien muy desgraciado sin jamás haber sufrido verdaderas desgracias. Más bien me las arreglé bien en la vida, jamás tuve problemas de dinero… Y aquí realmente quise mostrar otras vidas aparte de la mía. Quiero mucho a este libro porque para escribirlo me puse en una posición moral y existencial distinta. Pero se trata también de tu propia vida, que acompaña el movimiento de otras vidas, el de sobrellevar las cosas.

— ¿Cómo definirías al libro? ¿Como una suerte de autoficción?

— No, estoy completamente en contra de esa definición. Primero, creo que esa palabra es absurda. Entiendo que hay un sentido preciso en el origen, creado por Serge Doubrovsky para no sé cuál de sus libros, la idea de que se puede escribir libros de ficción a partir de la propia vida, novelándola. Claro, eso existe, hay algunos libros así, como algunos de Philip Roth, pero es muy raro… Los libros que llamamos «autoficción» acá, como por ejemplo los de Christine Angot, como los míos, son cien por ciento verdaderos, la parte de ficción se reduce a cero. Son escritos autobiográficos. Lo que parece gracioso es hablar de eso como de una moda efímera, una tendencia del momento, porque corresponde a una de las razones más antiguas que tiene la gente para escribir: contar lo que han vivido. La otra pulsión que te lleva a escribir es inventar historias. Pero creo que la primera es más común y sin duda más natural, mientras que la gente piensa que escribir un libro es escribir necesariamente una novela, y que las otras formas de escritura, como la autobiografía, son algo raro. Mientras que es al revés… Escribir novelas es algo muy particular y en definitiva hay pocos novelistas.

— ¿No escribirías hoy una novela como El bigote?

— A priori no, pero «nunca digas nunca» [risas]. Actualmente, no tengo ganas ni en tanto autor ni en tanto lector: raramente leo libros así con satisfacción. Pero admiro a Michel Houellebecq, que es para mí un verdadero y gran novelista. El año pasado hice para la revista XXI una entrevista sobre el escritor ruso Edouard Limonov; me gustó tanto hacerla que pensé en armar un libro. Sería una biografía, pero integrándome.

— ¿De dónde viene tu pasión por Edouard Limonov?

— Me fascina el hecho de que tiene una verdadera vida de aventurero. Es un tipo muy desagradable, pero su vida cuenta algo, no sé muy bien qué todavía, sobre la historia del mundo desde hace cincuenta años que me parece increíble. Me apasiona la historia de la Unión Soviética y de lo que pasó después, aunque durante mucho tiempo me haya distanciado de esa historia porque era el territorio de mi madre, y el destino de Limonov permite contar muchas cosas sobre Rusia, el increíble desorden de estos últimos quince años. Me gusta ir hacia la gente que no es necesariamente mi doble, como en De vidas ajenas

— ¿De vidas ajenas es un libro sobre el aprendizaje de la felicidad a través de los otros?

— Más que de la felicidad, y acá es efectivamente un contraste con lo que escribí anteriormente, De vidas ajenas trata de la capacidad de vincularse. Es eso, el vínculo, lo que más me importa hoy, y no solamente con la persona que amo: esta capacidad de ser empático con los otros es lo más difícil y lo más deseable. Este libro entonces sólo habla del vínculo, mientras que mis libros anteriores trataban sobre su imposibilidad. Adquirí una suerte de disposición a la felicidad, aunque no protege de las desgracias de la vida, pero es verdad que ya no tengo la sensación de ser mi propio enemigo. Pienso en la frase de Freud que dice que el signo de la salud mental es pasar de la desgracia neurótica a la desgracia ordinaria. En el fondo, la neurosis te protege de la verdadera desgracia, te hace creer que sos inmortal. Salir de un sistema neurótico te vuelve infinitamente más vulnerable a las cosas que son exteriores.


Nelly Kaprièlan | «Los in Rocks», 15.02.2012

Emmanuel Carrère

Original:

Nelly Kaprièlan

Muerte a crédito

// «Los in Rocks» (es)
15.02.2012